lunes, 29 de noviembre de 2010

El barril de amontillado.


Así se las ponían a Fernando VII.

Como es sabido, en ese relato, Poe nos cuenta cómo, con la excusa de dar a probar un vino a un enemigo, el protagonista urde una trampa para asesinarlo. Sólo dos diferencias con el tripartito que ha gobernado Cataluña en los últimos cuatro años: aquí son tres los personajes y el asesinado es el anfitrión. Porque esto es lo que ha sucedido en Cataluña: el enredo del PSC-PSOE con, sobre todo, Esquerra Republicana de Cataluña, ha llevado al partido del President Montilla a cosechar una derrota electoral sin precedentes.
Ahora toca la reflexión y el análisis de los resultados. Según el medio o el comentarista político que se consulte, las razones de este descalabro son tan diferentes como la noche y el día, y no es más que un ejercicio de pérdida de tiempo el tratar de comprender qué ha llevado a un votante del PSC-PSOE de hace cuatro años a no votarle esta vez o, lo que es peor, a votar a otro partido diferente (o de derechas y “españolista” –PP- o independentista). Cada uno tendrá sus razones.
Creo que más que averiguar el porqué ha sucedido esto, hay que constatar el cómo ha sucedido, lo que es bastante más sencillo, pues se trata tan sólo de una objetiva descripción de la realidad (y aquí no caben opiniones divergentes). Y digo que es sencillo, porque en esta piedra (el pacto de gobierno con un partido que tiene como principal seña de identidad la búsqueda de la secesión de una región de España) el PSOE ya ha tropezado más veces. Ya lo hizo en Galicia y, en otro momento, en el País Vasco. En todos los casos la recompensa ha sido la misma: el abandono del electorado.
La política en un país “normal” se divide en partidos de derechas y de izquierdas. En España, además, hay partidos que a cualquier otro aspecto anteponen su condición de independentista, el deseo de desgajar de España una parte de su territorio. No importa a qué acuerdos se llegue con ellos, qué contrapartidas se ofrezcan, qué diseño del mapa político se haga que no van a torcer el objetivo que las da razón para existir, y estarán siempre listos, como hizo el PNV, para apuñalar por la espalda a sus ingenuos compañeros de viaje y echarse en los brazos, incluso, de asesinos convictos y confesos con sólo que compartan ese supremo fin.
Sabido es que el PSC es, en principio, un partido autónomo federado al PSOE, lo que le diferencia de todas las demás “ramas” autonómicas del partido. Parece que esto es lo que origina esas dos tan cacareadas “almas” que en él concurren, una española y otra más nacionalista. Desconozco, no obstante, si ese evidente nacionalismo presente en muchos dirigentes del PSC-PSOE produce en ellos ensoñaciones independentistas. Quiero suponer que no, ya que la secesión de territorios es una opción ausente del ideario del PSOE y, además, para eso ya están otros partidos. No obstante, sí que aprecio desde hace mucho tiempo una especie de complejo en el PSOE nacional (y también en el alma española del catalán) que pasa por la consideración de que lo natural para un catalán es ser nacionalista; que no hay que quedarse fuera de cualesquiera procesiones que reclamen más competencias, más identidad, más diferenciación entre España y Cataluña. A mí, sin embargo, me produce sonrojo ver a Montilla, nacido en un pueblo de Córdoba donde vivió hasta los 16 años, ayudarse de una “chuleta” para escribir correctamente una dedicatoria en catalán en un libro de firmas, al tiempo que carga contra el Tribunal Constitucional por emitir una sentencia sobre el Estatut que no se aparta del enunciado literal de la Constitución, ese “contrato” que firmamos todos los españoles y que no puede modificarse por el deseo unilateral de unos pocos habitantes de una región determinada. Y en esto también hay que hacer pedagogía y mostrar a la ciudadanía que, en Cataluña, tan normal es hablar castellano como catalán, y que ser catalán, o incluso catalanista, no es contradictorio con ser español, como tampoco lo es ser vasco, andaluz o madrileño. Lo contrario lleva a lo que ha llevado el tripartito, a un auge de los partidos y del sentimiento independentista por un lado, y al refugio de los que no lo son y no tienen una conciencia social clara, en partidos que, como el PP, muestran sin pudor su españolidad.
Parece que empieza a estar en juego algo más importante que gobernar un determinado territorio un par de años más o menos, y creo que ha llegado el momento de poner pie en pared y llegar al acuerdo, tácito o expreso, interno o con el PP, de no volver a pactar con partidos independentistas, con partidos cuyo empeño, por otra parte respetable desde el punto de vista ideológico, no es otro que la ruptura del país que compartimos todos. Porque, al final, el pacto con el PP en el País Vasco, está siendo bastante más razonable y rentable políticamente, que cualquier otro que se haya alcanzado con el PNV, que ha dejado al PSOE siempre como folclórica comparsa.
Y es que, empleando un símil futbolísitico, el PP y el PSOE son dos clubes diferentes, sí, pero que están y quieren estar en la misma liga. Los partidos soberanistas en cambio, son clubes que lo que quieren es disputar una liga diferente. Y yo, aunque respeto a todo el mundo, no quiero ayudarles a que avancen ni un milímetro.

lunes, 15 de noviembre de 2010

La responsabilidad sobre el Sáhara Occidental.

Cada vez que sale a colación el antiguo Sáhara español, vemos cómo, en la mejor tradición de la autoflagelación patria, salen a la palestra políticos, periodistas, artistas, y todos los demás que no lo son, señalando la responsabilidad de España (o del Estado español, como les gusta de decir a algunos) en la situación de los saharauis. Bueno, pues ya está bien. El Sáhara Occidental está como está porque en un momento de la historia confluyeron varios factores. A saber: los saharauis no querían ser españoles (y mataron a unos cuantos para demostrarlo); los Estados Unidos no querían que el Sáhara de los fosfatos y el presunto petróleo fuera un país independiente en la órbita de Argelia y bajo la influencia de la URSS; Marruecos quería el Sáhara para sí (EE.UU. se lo ponía en bandeja y no iba a rechazarlo); y a la España de Franco, que no era la mía, le importaba un bledo cualquier cosa que no fuera mantener a un casi fiambre Caudillo en el poder y con él, a todos los que se habían aprovechado de la dictadura fascista que gobernó este país durante los 40 años de paz que tanto les gustaba pregonar.

Así pues, no acepto que se me haga responsable de un momento histórico en el que ninguna participación tuvo el pueblo español. Yo, y conmigo todos los demás ciudadanos de una España dominada por un gobierno impuesto, soy tan responsable de la situación de los saharauis como de las muertes ocurridas durante la construcción del Valle de los Caídos (vgr.). Así que basta ya de señalar desde dentro de nuestras propias fronteras como responsables a unos ciudadanos y un país que son, además, los que más contribuyen del mundo a aliviar en lo posible la terrible situación del pueblo saharaui. Y basta ya también de que los propios activistas saharauis pongan a España en una situación de conflicto internacional cada vez que haya lugar a ello (y me refiero a la poco razonable actitud que en su día tuvo Aminatu Haidar para con España), como si el tema del Sahara Occidental fuera un asunto español. Lo ha dicho muy bien la ministra Trinidad Jiménez: no es un tema bilateral España-Marruecos. Es un asunto de la ONU y de la comunidad internacional. Una comunidad internacional, en especial la europea, que mira para otro lado cada vez que Marruecos comete cualquiera de las tropelías a las que nos tiene acostumbrados, sea con los saharauis, sea con los emigrantes africanos que intentan el salto a Europa. Una Europa que, por otro lado, está encantada de tener por un precio razonable a un sátrapa en el norte de África encargado de limpiarle el patio trasero. Y, claro, Marruecos saca partido de ello pisoteando los derechos humanos de quienes se le pongan por delante. Y puede hacerlo porque, no olvidemos, que, parafraseando a Kissinger, el sátrapa de Marruecos es un hijo de puta, sí, pero es “nuestro” hijo de puta.