El gobierno ha puesto encima de la mesa una serie de medidas de urgencia para controlar el gasto energético, y la que ha provocado más enfado y debate es la de rebajar el límite de velocidad en autovías a 110 km/h.
La acritud que ha despertado tal medida entre los comentaristas políticos, ha hecho que se vierta más tinta sobre esta cuestión que sobre el problema de fondo que lo provoca o, al menos, que lo acentúa, la guerra civil en Libia.
Una medida tan insignificante, que apenas afecta a nadie de manera grave y continuada, se convierte en titular de periódicos, radios y televisiones y, por ello, se traslada a la ciudadanía como un enorme problema que se cierne sobre sus cabezas de manera más terrible que el paro o la pérdida de derechos laborales.
A mí me parece que lo único que se puede decir es que vivimos en un país de infantiles, de niñatos malcriados que se enfadan cuando papá les quita el coche el fin de semana o cuando no les permite llegar a casa después de las 12. Yo todavía no he salido a la carretera desde la aprobación de la medida, y cuando lo haga, en recorrer los 500 km que separan mi casa de mi principal destino fuera de ella, tardaré apenas 20 minutos más que antes sobre un total de unas 5 horas de viaje (porque no todo el trayecto se hace por autovía). ¿Y esto es para tanto? ¿No es más importante la justificación del presunto déficit tarifario de unas compañías eléctricas que pagan sueldos millonarios a sus directivos y reparten jugosos dividendos entre sus accionistas? Pues eso, ¡INFANTILES!
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