jueves, 17 de noviembre de 2011

Todos los días pasa un tonto por la estación de Atocha.

Las inmediaciones de la estación de tren de Madrid han sido siempre escenario de timadores que, faltos de escrúpulos, se aprovechaban de los pobres paletos que, con su maleta de cartón atada con una cuerda, venían a la capital a intentar buscarse la vida escapando de las penurias del mundo rural. Ingenuos como eran, no dudaban en dar crédito a trucos tan viejos como la estampita o el tocomocho. Nos sorprende que todavía en nuestros días, estos mismos timos, tan soberbiamente interpretados por Tony Leblanc en el cine español, sigan teniendo éxito, pero no debería extrañarnos cuando el fundamento de los mismos es la cómplice maldad de quien finalmente acaba cayendo en ellos. Por eso mismo no compadecemos al timado, cuyo propósito inicial era aprovecharse de otro que se presentaba ante él en una posición de necesidad. Esto es lo que diferencia los timos clásicos de otras estafas más modernas y elaboradas: en aquéllos se castiga la codicia; en éstas se penaliza sólo la ingenuidad.

Mariano Rajoy comparece a las elecciones no como un timador clásico que busca la corrupción moral del engañado, sino como uno de esos taimados estafadores modernos que embaucan al personal con promesas vanas sin siquiera requerir de ellos esa complicidad que les hace tan moralmente execrables como a quienes finalmente acaban obteniendo el provecho económico que arteramente prometen. Se ha presentado ante nosotros con la desfachatez de pedirnos el voto sin decir una palabra de lo que va a hacer con él. Y, parece ser, una gran mayoría de españoles está dispuesta a dárselo.

Es curioso que, lo que en otros órdenes de la vida nunca haríamos, en política estamos dispuestos a aceptar. Porque, ¿quién entregaría su hijo a un desconocido que un día se presenta ante su puerta sólo basándose en la absurda promesa de que va a hacer con él lo que al niño más le conviene? ¿Y si ese desconocido viene, además, con el único aval de unos correligionarios que en otras partes ya han mostrado sus insanas perversiones?

El Partido Popular nos pide el voto sin desvelar ni una sola de sus intenciones. Y yo acepto que a quienes sean irremediablemente peperos y a quienes intuyan que se van a ver beneficiados económicamente por su política (porque siempre lo han sido), les parezca bien. Pero todos aquellos que no son ciegos partidarios ideológicos de la doctrina aznarista, tienen que hacerse valer un poco y exigir un mínimo compromiso, especialmente los que saben perfectamente que la clásica política del PP de convertir en el negocio de unos pocos lo que es derecho de todos les va a perjudicar económicamente.

Porque en estos tiempos de imperio rampante de los mercados y de retorno de las políticas económicas thatcherianas, tenemos que aprender de la derecha: dejar de lado ideologías y votar pensando en el bolsillo. Pero en el nuestro, no en el suyo.

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