La primera, la absoluta falta de
sensibilidad social de un rey que, en unos momentos de depresión económica sin
precedentes, se da el lujazo de irse de cacería a un país africano.
La segunda, lo que es muy grave y
a cualquier cargo público le costaría el puesto, que ese viaje se lo haya
pagado un grupo de empresarios que viajaron con él en un avión privado y cuyos
nombres, no me puedo explicar por qué, no han trascendido. Salpicada como está
la monarquía por corruptelas varias, esto es a estas alturas inaceptable.
La tercera, que el sentir placer por
la caza mayor, que de habitual consiste en ejecutar a un bicho que otro te pone
a tiro, hace cuestionarse a qué lado de la escopeta está el más animal de los
dos.
La cuarta, que la caza sea de
elefantes, un animal que goza en casi todos los países en los que habita, de
una protección especial. Y ello independientemente de que la caza sea uno de
los medios de gestión de los parques nacionales para evitar la sobrepoblación
de algunas especies que no pueden ser abatidas por los depredadores y que no
tienen la salida de expandirse por otros territorios.
La quinta, que el presidente de
honor de WWF sea un conspicuo cazador.
La sexta, que no es la primera
vez que se le pilla al rey en una de estas: recordemos el oso borracho de
Rusia.
La séptima, que el rey no puede
poner en peligro la cohesión social de este país por darse un caprichito fuera
de lugar en el fondo, en la forma y en razón de su casi octogenaria edad.
La octava, que el rey fuera a
Botswana no sólo para cazar elefantes, sino también a alguna conejita de dos
patas con quien ya se le había relacionado en el pasado.
La novena, que en su
comportamiento privado (si es que lo tuviera, que yo lo dudo), el rey actúe con
total desprecio al sentir general de los españoles, que consideran execrables
este tipo de actividades.
Y la décima, y quizás la más
importante, que el gobierno de España, que ahora está lleno de listos, no se hubiera
dado cuenta de que el rey había salido de viaje y para qué.
Con todo esto (y seguramente con
algo más), el rey ha demostrado que, a día de hoy, carece de capacidad para
ejercer la jefatura de un estado como el español, quizás de mayoritaria ideología
republicana pero de convicción juancarlista.
Yo, como puede suponerse, estoy
en contra de la caza. Me parece que ese placer por matar que experimentan los
cazadores deberían hacérselo mirar por un especialista, pero aun así, reconozco
que el rey debe ser cazador. Y debe serlo porque no puede dejarse de lado la
posibilidad de relacionarse socialmente con los típicos satrapillas que gozan
con esta actividad. Debe ser cazador, esquiador, golfista, navegante, sportsman en general, para poder
alternar en cualquier ocasión con quien sea necesario. Pero de ahí a que
organice su vida y la de su país en torno a esas aficiones va un trecho.
Por otro lado, el pensar que el
rey puede disponer de su vida privada a su antojo, creo que es desconocer su
papel y las circunstancias en las que lo asumió y lo ejerce. Un rey no tiene
que someterse a elecciones cada cuatro años, sino cada día. Ésa es la
servidumbre que tiene tan alta dignidad (¿y si la cadera se la hubiera roto en
un local de alterne en Bangkok?).
Y aquí es donde entramos en la
responsabilidad del gobierno de Rajoy: si autorizaron el viaje malo, pero si lo
desconocían, peor. Alguna cabeza tiene que rodar (y lo digo en sentido
figurado, que cuando se habla de monarquía y de rodar cabezas, alguien puede querer
ser demasiado literal). Esto por un lado. Por el otro, el Gobierno de España no
puede dejar con el culo al aire al Jefe del Estado: si éste se ha ido sin
permiso, no debe reconocerlo así, sino lavar ese trapo sucio en casa y
adoptar las medidas necesarias para que el rey no vuelva a hacer de su capa un
sayo (esas medidas debería haberlas tomado hace tiempo para prever estos y
otros conocidos desvaríos de Don Juan Carlos).
Comparto al cien por cien las
declaraciones de Tomás Gómez, seguramente el único que ha hablado con sensatez
y firmeza en este asunto. Al rey le quedan cada vez menos años por vivir, y seguramente
tiene derecho después de sus grandes e innegables servicios a España (por otro
lado bien retribuidos), a elegir cómo quiere pasarlos. Pero si su elección es
incompatible con la alta dignidad que su puesto requiere, tiene que abdicar en
su hijo, lo cual no es ninguna tragedia ni ningún desdoro. Así, podrá ganarse
el derecho a una vida privada que yo, desde luego, al Rey de España no le
reconozco.
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