Esa mirada aviesa... |
Si José María Aznar hubiera sido actor, habría sido uno de esos actores de carácter especializados en un papel concreto. Nadie se imaginaría a Ernest Borgnine haciendo de galán, a Karl Malden de hombrecillo pusilánime o a Gracita Morales de Reina de Inglaterra. Yo siempre he visto a Aznar con el perfecto físico, la apariencia exacta del traidor de película de serie B. No un espía, un quintacolumnista o un agente secreto, sino aquel personaje execrable que, presuntamente amigo de toda la vida del protagonista y depositario de su total confianza, vive sin embargo preso de una envidia y un rencor ancestrales hacia él, reduciéndose su papel a la búsqueda de un momento de debilidad para entregarle al enemigo.
El espectador llega a dudar si el actor encasillado en un mismo personaje termina por parecerse a éste, o si se da el proceso inverso, esto es, que determinados actores con una personalidad específica son escogidos para que la representen sobre las tablas. Johnny Weissmüller terminó sus días en el psiquiátrico gritando como Tarzán. No sé si Agustín González iba gesticulando y dando gritos por la calle cuando fue descubierto por algún director con un “papel de Agustín González” disponible.
Tampoco sé cuál es el caso de Aznar, si ha sido siempre un traidorzuelo a los intereses de España o ha sido el ejercicio de este papel autoimpuesto lo que ha acabado por identificarle con él y, así, aprovechar cualquier micrófono y cualquier foro para hablar mal de España, que no de su Gobierno, poniendo a los pies de los caballos los intereses de la Nación entera.
Este sería el doctor NO.
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