Años hemos pasado todos los españoles y visitantes de nuestro país, sometidos a la extorsión de un sindicato de empresa que nos ha utilizado como rehenes para mejorar las condiciones laborales y, sobre todo, retributivas del colectivo al que representa, los controladores aéreos.
No vamos a hablar aquí de este colectivo o de sus profesionales. Ya se ha dicho lo suficiente y todo el mundo ha podido formarse una opinión. Únicamente vamos a hablar de la Unión Sindical de Controladores Aéreos (USCA), de cómo la avaricia rompe el saco, de qué fácilmente se puede matar la gallina de los huevos de oro, y de cómo la pésima gestión de una situación puede desembocar en una "catástrofe" (y lo pongo entre comillas, porque ya nos gustaría a casi todos formar parte de esa catástrofe) para aquéllos que esperaban un beneficio extraordinario.
En España, como en todos los sitios, existen colectivos profesionales cuyas condiciones son mucho mejores que los de otros trabajadores con un nivel de formación y una actividad laboral semejante. En el ámbito del Derecho, por ejemplo, tenemos a los notarios y a los registradores de la propiedad, funcionarios públicos que obtienen unos réditos muy superiores a jueces, fiscales o abogados del Estado, profesionales todos licenciados en Derecho y que han tenido que pasar por una oposición de semejante dureza. Quizás por ello, jamás hemos tenido noticia de que notarios o registradores hayan adoptado posturas de fuerza (como sí han ejercido los jueces, peor pagados y con una carga laboral muy superior) para intentar obtener una arbitraria mejora de su situación profesional. Es más, el gobierno ha decidido en más de una ocasión rebajar o eliminar los aranceles que aplican por sus intervenciones profesionales, y que constituyen el origen de sus ingresos, sin que siquiera hayan manifestado públicamente descontento u oposición a tales medidas, que no es que no mejoren su estatus, sino que, directamente, lo empeoran.
Y como registros y notarías funcionan muy bien y no han dado nunca ningún quebradero de cabeza a ciudadanos ni gobiernos, nadie se ha planteado jamás pararse a considerar si sus condiciones retributivas son justas, adecuadas o pertinentes.
Pero la USCA no lo ha hecho así. Gracias a su constante estado de guerra, a su confrontación reiterada con los gobiernos, a sus huelgas legales o encubiertas, a las bajas justificadas o torticeras, y, sobre todo, a la utilización constante de los ciudadanos como rehenes de unas reivindicaciones que éstos estiman exorbitantes, los españoles nos hemos enterado con pelos y señales de todo lo concerniente a su actividad laboral: formación requerida para acceder a la profesión, condiciones de acceso, escalas retributivas, actvidad profesional, horarios...; todo. Y claro, pocas simpatías han recogido los controladores en el proceso. Y el gobierno lo ha tenido fácil. Es más, el gobierno ha salido de esta confrontación claramente vencedor y reforzado.
Así pues, los controladores tienen a quién mirar para descubrir al responsable del empeoramiento de sus condiciones laborales. No es Pepe Blanco, no es el gobierno Zapatero, no son los medios de comunicación, ni son los socialistas (recordemos que Ronald Reagan despidió a más de 10.000 controladores aéreos estadounidenses en una situación similar a las que en España se han reiterado). Son esos representantes que los propios controladores se han buscado quienes, por querer ir mucho más allá de lo razonable, se han ganado la enemistad del pueblo español y han creado un banderín de enganche en su contra que el gobierno ha aprovechado para restructurar su profesión y, de paso, subir un par de puntos en su deteriorada popularidad.
Y es que si no fuera por las actitudes de la USCA, el ciudadano medio jamás se hubiera puesto a pensar en cómo aterrizan los aviones, ni en si hace falta alguien para organizarlo o bien es un proceso informático como el que controla los semáforos de las calles. Y, así, vengan días y vengan ollas...
La discreción en esta vida es obligada. Especialmente cuando uno tiene una posición de ventaja que los demás ignoran.
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