A mí, que me alegró el triunfo mundialista, no me parece bien. Estimo que un premio de estas características, un premio que aspira a ser el Nobel español, debe reconocer una trayectoria, una aportación especial o un logro extraordinario dentro del ámbito en el que el premio se otorgue. Premiar por un éxito puntual (y por ello efímero), además a un paisano, resulta pobre y chauvinista. Si la selección hubiera alcanzado los cinco títulos por los que se premió a la brasileña, seguro que lo merecería, pero, nos resulten más o menos entrañables los futbolistas que forman la selección, no han hecho nada diferente a lo que ya hicieron otras selecciones nunca premiadas, y desde luego, no se acercan todavía a los anteduichos cinco títulos de Brasil, los cuatro de Italia, tres de Alemania, o dos de Argentina (que ayer nos metió cuatro) y Uruguay. ¿Tenemos más méritos que ellos? Objetivamente no. Haciendo un paralelismo con el Nobel, imaginemos el ridículo que se produciría si le dieran el de literatura a Stieg Larsson por su famosa y excelentemente vendida trilogía Millennium. Seamos serios.
Así pues, la fundación responsable, ha convertido el Príncipe de Asturias de los Deportes en un premio paleto, que pone la lupa en lo local sin otras consideraciones de mayor enjundia. Aunque esto no es de ahora. De los 24 premios Príncipe de Asturias de los Deportes otorgados hasta la fecha, once han sido para españoles. Casi la mitad. España es hoy un referente mundial en el deporte, desde luego, pero que de cada dos, un premio sea para nosotros, es sin duda excesivo. Podríamos repasar la lista y no dudaríamos en tachar a algunos de los galardonados. Son evidentes los méritos de Samaranch, Induráin, Estiarte o Ballesteros, sí, pero los demás sin duda sobran. Chusco y paleto por partida doble (por su condición de asturiano) es el premio a Fernando Alonso: un único campeonato del Mundo frente a la extraordinaria trayectoria de éxitos de Michael Schumacher, que tuvo que esperar dos años más para obtenerlo. Capítulo aparte merece Rafa Nadal, en quien concurren todas las condiciones necesarias, pero a quien se lo dieron demasiado pronto (¿qué reconocimiento recibirá cuando, con muchos más méritos acumulados, se retire?).
El premio, además de paleto, es también injusto, pues selecciones españolas de otros deportes y atletas individuales de otras modalidades, con una estela de éxitos mucho más contundente y extraordinaria que la selección de fútbol, sistemáticamente se quedan fuera por no ser su deporte de seguimiento más o menos masivo. Sin ir más lejos, Edurne Pasabán (porque la coreana ha mentido), también en la carrera por este premio, es un ejemplo de deportista a quien la Fundación debería tener como modelo cuando delibere sobre la identidad de los premiados.
Y una última cuestión: ¿quién recogerá el premio? ¿Íker Casillas, el capitán de la selección o Ángel María Villar, el sonrojante presidente de la Real Federación Española de Fútbol? La cosa tiene su guasa.
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